jueves, 11 de septiembre de 2008

Beatriz Ofelia Mancebo ¡¡¡Cómo siempre y para siempre...!!!

Los años 50 se desarrollan en un mundo que acaba de transitar un nuevo trauma bélico que no sólo arroja el acostumbrado saldo de vidas segadas, almas y cuerpos mutilados, ciudades y campos destruidos sino, además, el surgimiento y consolidación de ideologías intolerantes, orientadas abiertamente a la devaluación total de lo diferente, de lo que no se compadece con una pretendida primacía étnica y cultural.

El espanto ante el renovado reconocimiento del lado oscuro de la condición humana, fuerza previamente a los foros políticos internacionales a consagrar los derechos humanos como aspiración irrenunciable para cada uno y todos los habitantes del planeta: universales e indivisibles, articulando lo político, lo social y lo económico, los derechos son condición de humanidad… Y los estados asumen el compromiso de su garantía. Compromiso que se revelará inviable en múltiples ocasiones…

El mundo se divide en dos campos que ofrecen recetas antagónicas e irreductibles por medios pacíficos. Tanto que se vive en la tensión propia de tragedia permanente: finales apocalípticos se ciernen como amenaza constante. Sin embargo, semejante marco admite el desarrollo incontrolable de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, paradojalmente orientadas tanto para la destrucción como para el desarrollo, entendido entonces como sinónimo de bienestar.

América admite la presencia de distintos escenarios: al norte se consolida una hegemonía avasallante de todo interés que la enfrente. En el centro se incuban revoluciones de poetas y trovadores, asociados a universitarios, trabajadores y campesinos forzadamente militarizados. En el sur expiran los tiempos de los populismos y el debate afronta el dilema que plantean aspiraciones dicotómicas: liberación o dependencia.

En ese contexto contradictorio de promesas y amenazas, de romanticismo exuberante y de utilitarismo exigente, aquí en el sur, nace Beatriz. En un país incomprensible para muchos. En la gran ciudad que crece a orillas del Río de la Plata. Tercera en un racimo de cuatro hermanos, concebida y recibida como premio gozoso a la obtención del título universitario de su padre, logro largamente postergado por necesidades materiales, Beatriz se integra a una familia que, como miles, festeja su participación en un proceso que entonces se sugiere definitivo, de movilidad social ascendente.

Heredera de una tradición de esfuerzos que alternan estudio y trabajo, de una concepción de justicia sólo aplicable en un mundo de iguales, crece Beatriz sin sospechar que forma parte de una generación que pasará de la gloria a la completa oscuridad, condenada a la juventud permanente porque le será vedado el pasaje a la madurez, a la vejez.

Recordarla no es un esfuerzo: Beatriz está… presencia-ausencia fuerte, constante. Beatriz es la hermana, la hija, la amiga, la esposa, la compañera. Para cada uno, para todos…. Beatriz fuerte y obstinada, con una voluntad de lucha expresada tanto en el estudio, el trabajo como en la militancia. Beatriz solidaria: contá conmigo... así la recuerdan quienes compartieron sus espacios. Beatriz tierna, abrazando a sus sobrinos. Beatriz soñando con un hijo que nunca llegó: así lo dijo a la última persona que la vio, horas antes del silencio, la angustia, el dolor…

Vida y muerte, amanecer y ocaso… todo parece confundirse para esta generación. Esperanza tozuda cifrada en un mundo mejor… y conciencia de ya no estar para celebrarlo. Es ése el espíritu de la época que hoy, tantos, intentan entender. Yo no lo voy a ver, pero… adelante… ésa era el latiguillo que Beatriz imponía. Mucho se escribe, mucho se dice desde el hoy, vacío de utopías. Imposible comprender el sacrificio de una cohorte de jóvenes que nos miran… ¡¡¡tan chicos, tan adolescentes!!! desde las fotos adheridas a la gran bandera que se despliega los 24 de marzo, desde las que exhiben los hijos que los buscan… increíblemente más viejos que sus padres. Sólo advirtiendo que por cada compañero que caía se fortalecía el compromiso, aumentando el riesgo real, la amenaza permanente de un régimen implacable, dispuesto a recuperar la hegemonía, puede medirse la entrega.
¿Cómo entender, si no la ausencia-presencia de una Beatriz inusualmente bella; universitaria brillante; de una posición socioeconómica que hoy se calificaría de clase media alta? ¿Cómo se entendería su terquedad en las elecciones de rumbos? Su tesis de licenciatura en psicología apuntó a un sector decididamente marginado para la época: los que integran la categoría de homosexualidad. Innumerables entrevistas fueron el insumo: una a un personaje hoy devenido destacado representante de la vida cultural. ¿Cómo entender su persistencia en educar en los derechos a quienes la rodeaban en su vida cotidiana? En recordarles que las conquistas de muchas otras generaciones de luchadores debían ser concretadas, materializadas para ser vigentes. Sólo entendiendo a seres que asumen fidelidades intergeneracionales, que van más allá de su presente, que viven comprendiendo que son parte de una larga historia de avances y retrocesos, que respondiendo al pasado, articulan el futuro… sólo así puede entenderse a esta generación.

Por eso, entonces, para Beatriz y para todos a los que seguimos buscando en el nuevo siglo:
¡¡¡Como siempre y para siempre…!!!