miércoles, 1 de abril de 2009

Rubén un compañero, relata la vez que conoció a Virginia y Carlos





Virginia Monzani de Andisco y Carlos Alberto Andisco detenidos-desaparecidos el 11 de febrero de 1977. Vistos en el Centro Clandestino de Detención y exterminio- Comisaría de Castelar.



Conocí a Virginia y Carlos en el momento y en el lugar equivocado. En el Centro Clandestino de Detención y Exterminio que funcionó en la comisaría de Castelar bajo las órdenes de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura.

Lamento no haberlos conocido antes. Llevaba un tiempo ahí, después de haber pasado por otros centros clandestinos de la zona oeste cuando los trajeron una tarde. Lamento no haberlos conocido antes ni en otro lugar porque ahí tuvo la oportunidad de conocer a dos personas, a dos compañeros excepcionales. Maravillosos. Entregados a los otros.

Carlos estaba lleno de vida y contagiaba su energía.

Virginia era dulce y tierna y siempre tenía una palabra de aliento para el que se sentía abatido.

No se rendían. No claudicaban. Siguieron siendo ellos mismos, íntegros y enteros convencidos de su lucha.

Virginia era de las primeras en despertarse y desearnos los buenos días cargados de esperanza. En preocuparse por el estado de ánimo de cada uno.

Cuando la guardia estaba tranquilo o los miembros de la "patota" no estaban trabajando en la Comisaría podíamos comunicarnos por debajo de las puertas blindadas de las celdas. Conversar, charlar, cantar tratando de llenar el vacío de las horas muertas.

Virginia solía preguntarme, con su dulce y suave voz, cuando no estaba muy comunicativo ni participaba en las charlas:

¿Por qué estás tan "cayado" Rubén? ¿Estás triste? ¿Querés que te cante algo?

Y yo, siempre, le pedía que cantara "Palabras para Julia".

A pesar de los pesares.

No sé si afinaba o no, pero su canto me sonaba lo más parecido, si es que existen, y creo que no, al canto de los ángeles.

Ella cantaba como ninguna en medio del profundo silencio que nos embargaba. Pensando en tí. Ella pensaba en mí. Alguien pensaba en mí. En cada uno de los prisioneros acurrucados en la soledad de nuestras celdas oscuras, lúgubres y húmedas. Pensando en tí. En Pablo. Como seguramente ella pensaría en él, en su hijo, casi recién nacido, cuando cantaba esas palabras. En los hijos de los hijos. En el futuro. Como yo ahora pienso.

¿Alguien, afuera, en esa otra vida, pensaría en nosotros?

Seguro que sí.

Su dulce voz llenaba el vacío de ese tiempo detenido.

Ese tiempo cargado de espanto. En medio del horror, el hambre y la sed, de la muerte segura.

Cuando terminaba de cantar, en medio del silencio y la emoción contenida me preguntaba si me había gustado. Sólo le podía decir: ¡Gracias!

Así es que, a pesar de los pesares, también celebrábamos la vida y la esperanza. Porque a pesar de su intento de destruirnos física y psíquicamente no lograron convertirnos en bestias y seguíamos manifestando nuestra escencia humana.

También recuerdo, en medio de tanto horror y espanto, momentos de increíble felicidad como cuando Virginia nos comentó entre llantos, que había podido hablar con su madre y que ella le había asegurado que su hijo Pablo estaba con ella.

Para los detenidos que tenían hijos eso era un dolor, una tortura añadida. Para Carlos y Virgina como para Osvaldo, Puchi, Sopa. Como para Cori, que ya tenía una niña y estaba embarazada. Como para Liliana y Tatacho que esperaban su primer bebé.

La patota solía entrar golpeando las puertas a los gritos diciendo que nos teníamos que olvidar que teníamos familia e hijos. Que todos los chicos serian entregados a familiar normales y cristianas.

Por eso todos lloramos de emoción y felicidad cuando Virginia nos contó que Pablo estaba con sus abuelos. A salvo. Chiquito. Bebito. Tiernito. Con su familia. Vivo.

¿Qué tiempo tendría en esos momentos el pequeño Pablo? Un mes. Un mes y medio. Dos, tal vez. Tal vez dos, dos meses.

Carlos estaba en ese momento en la misma celda. Y durante el relato de Virginia me agarraba muy fuerte del brazo y entre lágimas atinaba a decirme: ¡Está vivo! ¡Pablo está vivo! ¡Está con los abuelos!

Recuerdo, imagino a Virginia con los ojos vendados y las manos atadas sentada en el altillo de la comisaría que los miembros de la patota utilizaban como sala de interrogatorio. Recuerdo el aliento entrecortado de Carlos mientras oíamos su relato. Virginia sintió el frío metálico de una pistola sobre su cien izquierda y algo que no pudo identificar en un primer momento en su oreja derecha. Era el auricular de un teléfono y a través de él oyó la voz familiar de su madre. Estaba hablando por teléfono con su madre. Ella atinó a decir quién era y, siguiendo las indicaciones que le daban, que estaba bien, en el extranjero, y, saltando las indicaciones que le daban logró preguntar por su hijo, por Pablo y alcanzó a oír que su madre le decía que estaba bien, que estaba con ella y antes que le cortaran la comunicación pudo decirle a su madre que lo cuide mucho. A él. A su hijo. A Pablo.

Carlos, como los otros padres, no dejaba de preguntarse por la suerte corrida por su hijo.

Y como no sabían si volverían a verlos nos hicieron prometer a todos que si alguien salía con vida de ahí, algun día, cuando fuese, aunque pasasen años, haríamos todo lo posible y lo imposible para buscarlos y decirles que sus padres lo recordaban siempre y que sus últimos pensamientos estuvieron dedicados a ellos. A sus hijos.

En muy pocas ocasiones pude verla. Nos encontramos alguna tarde que nos dieron unos minutos de recreo en el patio cubierto que daba a la gran celda con rejas y nos dejaron levantarnos las vendas que cubrían nuestros ojos.

La volví a ver otra tarde, al final del pasillo junto a nuetras celdas. Yo estaba con Carlos, con Puchi y Sopa al final del corredor junto a la última celda y la ví, como a lo lejos, recostada sobre el alfeizar de la ventana que daba al patio continguo charlando animadamente con Cori.

Nos dijeron que nos quedásemes quietos, que no nos moviéramos de donde estábamos y que hablásemos en voz baja y que podíamos levantarnos las vendas y que no hiciéramos "cagadas". ¿Qué podríamos hacer, en el estado en que nos encontrábamos? ¿Qué "cagada" podíamos hacer en esas circunstancias? Débiles, mareados, golpeados y sin fuerza para nada.

Y la vi. Las ví. Cori, chiquita como era, con su panza inmensa porque ya estaría de seis o siete meses de embarazo, hablaba con Virginia. No sé por dónde entraban unos rayos de sol que iluminaban sus rostros. Las dos hablaban y sonreían. ¿De qué hablarían tan animadamente? ¿De qué sonreirían? Me parecían dos madres primerizas sentadas en el banco de un parque en una tarde soleada. Me parecía la imagen de la vida y la esperanza. Las dos, tan llenas de vida y esperanza. Sonriéndole al futuro.

Fue la última vez que las vi.

Unas semanas después entraron golpeando las rejas y gritando mi nombre. Puchi, que estaba junto a mí, me dijo que seguramente me iban a legalizar y me deseó suerte. Carlos alcanzó a susurrar, mientras me abrazaba, un hasta siempre.

Nunca más volví a verlos.

Treinta años después, a pesar de los pesares, pude encontrarme con Pablo. Con el hijo de Carlos y Virginia. Porque la vida, como la lucha, a pesar de los pesares, continúa.

Rubén

martes, 13 de enero de 2009

BEATRIZ LE FUR

¡Qué lindo hubiera sido conocer a la tía abuela! Ramiro




4º sobrino nieto de Beatriz

Beatriz Le Fur nació el 9-6-54. Vivió en del Valle Iberlucea 3381, Lanús. Después de zafar de un secuestro de la Triple A, pasó a la clandestinidad. Esa condición no le impidió visitar a sus hermanas el día en que cumplía 22 años. Una semana más tarde (16-6-76) miembros del ejército visitaron a sus padres en busca de un supuesto objeto escondido en una planta de rosa china. Cuando se retiraron -después de encontrar sólo huesos enterrados por el perro de la casa- sus padres se apresuraron en presentar el primer habeas corpus. Comprendieron que Beatriz -probablemente durante las torturas- había decidido que sus verdugos se encarguen de denunciar su secuestro. El aviso de los padres de un exiliado en Suecia (aún no ubicado, lamentablemente) y llamados anónimos, indican que fue detenida por la policía provincial y entregada al ejército, quien la mantuvo con vida en el campo clandestino de concentración, tortura y exterminio Proto-Banco o Brigada Güemes (ubicado en Puente 12) hasta fines de 1976. Cabe esperar que en el próximo juicio al Cuerpo I del Ejército se presenten testigos para ratificar o rectificar estas versiones. Quizás este medio coadyuve a la presentación de testigos ¡Bienvenidos sean!

“… El 25 de diciembre de 1975, a la mañana temprano, vino una chica a decirme si yo quería y me animaba a ir la casa de los familiares para avisarles que había caído su hijo y darles el habeas corpus para que lo presenten […] Se llamaba Beatriz Le Fur y era una hermosa joven, delgada, de tez blanca, cabellos lacios y ojos pardos…” [Plis-Sterenberg Gustavo: Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Bs. As., Planeta 2003 (página 358)]



Homenaje a la División perdida Normal de Lomas 24-3-06


No era fácil la empresa para la que Beatriz pedía ayuda. Podría haber apelado a la lucha de clase o al coraje revolucionario. Sin embargo dijo: si querés y te animás ¿Qué mejor presentación de una joven que quería cambiar el mundo empezando por respetar a quienes lo habitaban? Beatriz fue detenida por primera vez a los 19 años. Se había casado días antes y su marido permaneció en las mazmorras del régimen durante diez años. En ese momento, la familia de su marido ofreció pagar abogados de renombre y su padre decidió que la defiendan los elegidos por ella: Silvio Frondizi y Manuela Santucho. Tras permanecer una semana en el SIDE (Superintendencia de Seguridad) después de un operativo con gran despliegue del ejército, admitió cierto resquemor para circular en el barrio y le pidió a su hermana Alicia alojarse por unos días en su casa. Aceptado lo cual, se borró de la escena para reaparecer minutos más tarde lamiendo un helado. Un helado cura los miedos y las vergüenzas, sostuvo y se quedó en el barrio para frustración de la hija de Alicia de cuatro años que adoraba a su tía. Beatriz militaba con alegría a favor de los presos políticos. La segunda vez que la apresaron dejó inconclusa en Barracas la pintada: libertad a los combatientes por la liber -Quiero dejar un mundo mejor del que me recibió, respondió a su padre cuando él le advirtió sobre la fuerza del enemigo ¿Por qué reducir la política a la gravedad y al sacrificio y no al deseo? El filósofo francés Alain Badiou postula: La política empieza cuando se renuncia a representar a las víctimas para ser fiel a los acontecimientos donde se pronuncia el sujeto colectivo. Veinte años antes de formularse ese axioma, Beatriz entendía la política como fidelidad al deseo de vivir mejor. Lo cual no se confunde con capricho, fortaleza yoica o cualquier otra forma de narcisismo…


Las madres apoyamos de todo corazón la campaña de instalar baldosas en los barrios como memoria permanente de los seres queridos que ya no están. 9-06-06

Entre las muchas emociones que nos brindó el encuentro: un vecino aportó su amoladora para resolver personalmente el problema de adecuación entre la baldosa y el pozo destinado a albergarla. Para coronar las emociones, una que reconcilia con la condición humana. Cuando el acto llegaba a su fin, un pibe (tipo 10 años) vendedor de florcitas, que había presenciado al acto de modo respetuoso, se acercó tímidamente a la baldosa y sacó de su cajoncito un ramo de violetas y lo depositó sobre la baldosa. Un año después una chica se las ingenió para escribirnos: Estoy muy triste, porque paso todos por Corrientes y Medrano y hoy vi como los obreros de Metrogas levantaban la baldosa de Beatriz como si fuera una baldosa más. Ana (15-6-07) . Compartimos su tristeza, pero su cuidado de la baldosa, le brinda sentido a nuestro emprendimiento. El martes 4 de diciembre de 2007 reemplazamos la placa por otra más vistosa. Ana nos acompañó.





La hermanas de Beatriz Le Fur (y sus familias) agradecen al Municipio de Lanús y a las Comisión de Familiares de vecinos masacrados por la dictadura militar la oportunidad de sellar sus pasos en la esquina del barrio donde vivió apenas 22, pero, intensos años. Más precisamente en Castro Barros e Hipólito Irigoyen, frente a la escuela Nº 9 Martín Güemes donde Beatriz estudiara. Aunque, a juzgar por la semblamza escrita por sus compañeors de secundario, no estudió demasiado. Ella consta en una publicación del Centro de Estudiantes de esa especie de Nacional Buenos Aires de la zona Sur ¡Qué también existe! El Normal Nacional Antonio Menetruit (ENNAM) de Lomas de Zamora y dice: "con su carita almendrada y su boquita de miel/ es Beatriz Le Fur la ratera más fiel". Al viejo no le gustó demasiado la descripción de su hijita menor, pero hubiera estado orgulloso de haber llegado a asistir al homenaje de los ex-alumnos del ENNAM a 30 estudiantes Detenidos Desaparecidos en el 30 aniversario del golpe terrorista contra el Estado Argentino y sus habitantes. También nuestros padres hubieran estado orgullosos de participar en el encuentro del 9 de junio de 2006 cuando - en el 52 aniversario de su nacimiento- los vecinos de Almagro, sellamos los pasos de Beatriz frente al lugar donde militaba. Beatriz formaba parte de la Comisión de Familiares de Presos Políticos Estudiantiles y Gremiales (COFAPEG): recibía denuncias de las detenciones para avisar a los familiares y redactar los habeas corpus en un bar que, ahora remodelado, sigue llamándose Gildo. El nombre de Beatriz luce entonces, en una baldosa ubicada en Corrientes y Medrano, rodeado de vidrios de colores. También luce en el Normal de Lomas rodeado de dibujos de sus estudiantes actuales. Lo hará pronto frente a su escuela primaria junto a un ceibo. Será la comunidad educativa de ese colegio quien decida cómo ornarlo. Nuestros padres estarían orgullosos de acompañarnos y de transmitir a los pibes: una chica que -como ustedes- jugó, rió, lloró, estudió aquí, fue "desaparecida" por intentar hacer habitable el mundo.
Ocurre que, a diferencia de jugar, reír, llorar, vivir (poco o mucho), estudiar (también, poco o mucho); “desaparecer” es un verbo sin anclaje en lo real. La directora del Normal 1 (Córdoba y Ayacucho) dijo, mientras colocábamos una baldosa con el nombre de dos ex alumnas Detenidas Desaparecidas: Algo habría que haber hecho para que no desaparezcan. Parafraseando la indiferencia cómplice que hoy tratamos de revertir, podríamos agregar: Algo habrá que seguir haciendo, por los 30 mil, por la aparición con vida de Jorge López, por la condena a los asesinos del maestro Fuentealba, por la educación, por la salud, por mejorar las condiciones de trabajo de todos, contra el Cromañón de turno, contra los estragos ecológicos. Quizás algo de ello nos reúne… ¿Cómo hacerlo? No nos gustan los actos protocolares. Apostamos a encuentros capaces de socializar un duelo más doloroso, en tanto debimos privatizarlo. Y, sobre todo, apostamos a encuentros que labren una cadena intergeneracional donde cada eslabón transmita al que le sucede las experiencias -incluidos los errores- vividas en su búsqueda por hacer habitables la escuela, el barrio, el país y el mundo. Cada generación decidirá cómo invertir el legado.
Tampoco nos gustan los homenajes necrófilos, caracterizaba a Beatriz un profundo sentido del humor. No nos gusta una memoria mecánica tipo la de Funes el memorioso. Nos importa poner la memoria al servicio (con perdón de la palabra: servicio) de pensar como resolver los problemas actuales ¡Qué los hay! También nos negamos a inscribir la memoria de nuestra hermana en el lugar pasivo de la “víctima”. Junto a Hermanos de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia y otros organismos de DDHH, entendemos que deben acelerarse los juicios porque el reloj biológico no descansa y, a este ritmo, muchos victimarios quedarán impunes. Empero y, sin renunciar al castigo a los culpables, priorizamos lo que Beatriz y 30 mil Detenidos Desaparecidos hicieron en vida, por sobre lo que sus verdugos hicieron con ellos.
Por último, si la comunidad educativa de la Escuela 9 cuida, además de la materialidad de la placa, la memoria de Beatriz. Si transmite su legado y el de 30 mil; esa herencia pasará a formar parte del patrimonio simbólico de ella y de todos…
Susana y Alicia Le Fur
Palabras leídas por la Concejala Paola Rezzano en el Consejo Deliberante de Lanús el 06-11-2008



martes, 21 de octubre de 2008

JORGELINA AQUILINA ÁVALOS



Jorgelina Aquilina Ávalos nació en Roque González de Santa Cruz. Departamento Carapeguá – Tavapy –Paraguay.
Hija de Don José Carmelo Ávalos y de Doña Francisca Pérez.
Sus Hermanas: Inocencia, Aparicia, Trifina (Niní), Virginia (Chiní), Lorenza, Carmen y Dominguito.
Su primera infancia transcurrió en Paraguay junto a sus padres y sus seis hermanas. En el orden de mayor a menor ella era la sexta hija. Sus hermanas mayores y sus padres trabajaban en la chacra, en la cosecha de algodón, de mandioca… Las mayores, además de los trabajos rurales y domésticos se ocupaban del cuidado de sus hermanas menores.
En 1947, durante el mandato del dictador Higinio Moriñigo, la familia de Aquilina debió buscar asilo político, ya que Carmelo y Francisca militaban en el Partido Liberal Revolucionario.
Decidieron partir a Argentina, pero sin Carmelo, ya que era perseguido y no quería poner en riesgo a su familia.
Cuando Francisca llegó con seis hijas, una de ellas debió quedarse en Paraguay con una tía madrina que se ofreció para educarla y alimentarla, se encontró en un país con costumbres muy diferentes a los de su tierra natal.
Mientras esperaban en la estación de La Plata, la llegada del contacto que les proporcionaría un lugar donde dormir, una señora se les acercó ofreciéndoles alimento. Inocencia le preguntó a su madre: “¿Vinimos a este país a pedir limosna?"
Luego sorpresivamente fueron trasladadas por dos oficiales de la policía a la comisaría ubicada en 51 y 1.
Francisca cuenta, en una entrevista realizada por un periodista del semanario “La voz de Los Hornos”, lo siguiente:
“…en esa comisaría donde nos llevaron a mí y a mi familia colocaron a dos de mis hijas en una casa de familia y a otras dos las pusieron en un colegio de monjas. Eso fue otro sufrimiento más, porque las tenían como en al cárcel, como secuestradas, y no podíamos verlas porque las monjas no nos dejaban”.
Su padre, mientras tanto, buscó refugio en la selva hasta que pudo cruzar la frontera y reunirse con su familia.
Este desmembramiento familiar entristeció a todos.
Luego de un tiempo se instalaron en una casita de chapas en la calle 27, en La Plata.
En esa etapa fallece Dominguito, el único varón de 3 meses de vida.
Carmelo consiguió trabajo como albañil y Francisca como costurera. Las hijas mayores, operarias o empleadas domésticas.
Con mucho sacrificio compraron un terreno en la calle 136 entre 50 y 52, Los Hornos, La Plata. Allí construyeron una humilde casa de madera.
En una de las paredes de esta casa, Aquilina demostró que sabía escribir marcando el muro, con la expresión que ella usaba para nombrar a los caracoles: “caracolearto.”
Su hermana menor, Carmen, cuenta:




Aquilina, Lorenza y Carmen

“Virginia, Lorenza, Aquilina y yo cursamos nuestros estudios primarios en la Escuela Nº 16 en La Plata.
Recuerdo cuando Lorenza era abanderada, Aquilina escolta y yo en penitencia. Siempre mis maestras llamaban a Lorenza o Aquilina para informarles sobre mi conducta y poca aplicación. Estas informaciones nunca llegaban a mis padres para evitarles ese disgusto y evitarme una buena paliza.
Recuerdo nuestro trayecto, de la escuela a casa, junto a Aquilina bordeando el camino de carbonilla de los Talleres del Ferrocarril Provincial.
Nos encantaba juntar y comer ‘palitos dulces’ que caían de unos árboles. Teníamos terror, a veces, de encontrarnos con una chica que nos pegaba o le pedía a su hermano mayor que lo hiciera. Ya que una vez, juntando ‘palitos dulces’ esta niña ‘mala’ me golpeó con su cartera de cuero y lastimó mi cuello con el frasco de vidrio donde venía envasado la ‘goma de pegar’ lo que hoy sería "plasticola". No conforme con esto, cuando estábamos llegando a nuestra casa, su hermano mayor, con otro amigo nos estaban esperando, para rematarnos (ella tendría 8 años y yo seis). Aquilina se interpuso entre ellos y yo. Siempre me protegía.
Por las tardes tomábamos mate-cocido, escuchábamos a Tarzán, Sandokán... Mamá, a veces nos preparaba chipá cuerito o meyú.
Por las mañanas íbamos ‘al campito’, frente a nuestra casa donde había un tambo. Allí, Don Ortega ordeñaba la leche directamente a nuestro jarrito de lata, donde mi mamá nos ponía canela.
Nuestras tareas domésticas consistían en hacer los mandados, juntar agua en la canilla de la esquina para regar la quinta, limpiar y lustrar zapatos (hasta que no quede un sólo rastro de barro y brillaran como espejos). Buscar los huevos del gallinero…
Las siestas ¡toda una aventura!
Recorrer caminos en la infancia, parecían leguas.
Jaurías, cuentos de ahorcados y aparecidos, las zanjas que llenaban las lluvias y se convertían en ríos donde nos bañábamos
Los fines de semana, la casa se llenaba de refugiados políticos, algunos se hospedaban en nuestra casa hasta que pudieran conseguir trabajo y un lugar para albergarse.
Por las tardes, uno, de los tantos amigos de mi familia nos contaba cuentos de terror, cuentos que fuimos transmitiendo a nuestros amiguitos, sobrinos, hijos y nietos.
Lorenza, Aquilina y yo éramos las “tres chanchitas”. Vivíamos trepadas a las higueras o jugando en la profundidad de lo que iba a ser luego el pozo ciego.
Cine, teatro, kermes, catecismo, confirmación, comunión y pesebre en la Parroquia San Benjamín. Los Reyes Magos ¡cuantas travesuras!
En las obras de teatro siempre la elegían a Aquilina para representar a una Virgen Niña o a un angelito, era muy linda (¿cómo es, era o es?).
Una infancia de carnavales, comparsas, mascaritas. Y bailes en el club del barrio a tres cuadras de casa.
Los domingos íbamos a jugar al Parque San Martín, donde había hamacas, toboganes… y una calesita donde Aquilina nunca quería bajarse, sentada siempre sobre un pato.
Antes de dormir leíamos cuentos hasta altas horas de la noche. Uno de nuestros tantos libros preferidos era “Heidi”. También los clásicos cuentos fantásticos y toda la colección de libros amarillos “Robin Hood” (casi todos leídos o prestados en y por la biblioteca de la escuela primaria). Esperábamos también, con ansiedad, la llegada de mi primo Florencio que vivía en Lomas de Zamora para que nos traiga el Patoruzú de Oro. Nos prestaban o regalaban historietas: Pato Donald, Mickey, Patorucito.
En su adolescencia comenzó a militar en la J.O.C (Juventud Obrera Católica). Alrededor de los 14 ó 15 años comenzó a trabajar en el Seminario Menor de La Plata como ayudante de cocina. Estudiamos ella y yo, gracias a los consejos de nuestra hermana Nini, en la Escuela Profesional Nª 9. Aquilina se recibió de Auxiliar de secretaría, este título le sirvió para luego entrar como empleada y operadora de las primeras computadoras en Kaiser Aluminio. Sus jefes y compañeros la querían y apreciaban mucho. Tenía un buen sueldo y aportaba en la casa al igual que mis otras hermanas. A estas actividades sumaba el estudio de arpa.
En la juventud siguió militando en la JOC y trabajando en Kaiser Aluminio.
Alrededor de los 25 años renunció a Kaiser Aluminio y se fue a vivir conmigo en una pieza que alquilaba en Juncal y Uriburu, Capital Federal. Luego comenzó a trabajar en Fernández Long y Reggini (Ingenieros Consultores) y en Editorial “La Isla”, convirtiéndose, además de amiga y hermana, en mi compañera de trabajo. Se fue ganando el aprecio y cariño de todos. Además de talentosa era especialmente hermosa, buena y simpática.
Nos divertíamos en el Bowling “La Bola Loca”. Íbamos a bailar en el Club de San Lorenzo Almagro, en el Club de Estudiantes de La Plata. Paseábamos por Galería del Este, disfrutábamos de las películas de Pasolini y Buñuel. Escuchábamos polcas, guarañas, a Serrat, boleros, Harry Belafonte, Los Beatles, jazz… Tomábamos cerveza o un café en “BAR O BAR”. Almorzábamos en el “DORA”, allí conocimos a Minguito, un mozo muy especial., todo un personaje.
Recuerdo cuando una vez fue al Ital Park con mi papá y subieron a la montaña rusa, Aquilina decía: “Dios te salve…” y mi papá: en guaraní “añaraco pe guare,” que traducido sería: "la concha del diablo".
Almorzábamos, en el intervalo de nuestro trabajo, en Plaza San Martín (Capital Federal) unos sándwiches y alguna fruta.
Éramos muy felices, cuando tomábamos tereré debajo del paraíso junto a mis padres, hermanas y sobrinos. Disfrutábamos limpiando la casa los fines de semana, viendo los girasoles, las calas y nos deleitábamos comiendo sandía cuando volvíamos del cine parroquial a la luz de la luna.
Éramos felices contándonos cosas hasta altas horas de la noche. Nos peleábamos y luego nos abrazábamos matándonos de risa.
Paralelamente a su trabajo continuó sus estudios. Terminó el secundario en la escuela nocturna en Capital.
Movilizada por las injusticias sociales y especialmente preocupada por el sistema carcelario ingresó a la Facultad de Derecho, allí también se ganó el afecto y aprecio de sus profesores.
Comenzó una etapa enriquecida con nuevas inquietudes literarias. El acceso a pensamientos cristianos tercermundistas y toda una movida setentista (arte, política. literatura y ciencia) la fue empujando a comprometerse cada vez más por los más desprotegidos, por nuestra clase social.
Tuvo que dejar sus estudios universitarios, momentáneamente, porque se enamoró, se casó y tuvo una niña llamada Florencia.




Aquilina a punto de casarse

Renunció a su trabajo y se fue a vivir en una casillita muy precaria (con su esposo e hija), ubicada en el mismo terreno donde estaba la casa de mis padres. Allí Aquilina sufrió mucho, porque ya no tenía trabajo, la plata no le alcanzaba y tenía que lavar la ropa, en pleno invierno a la intemperie.
Desde su infancia fue alimentada con principios de solidaridad, compromiso y amor al prójimo.
Hasta el último momento fue leal a esos principios, pues le dijo a mi mamá: 'No te preocupes mamá, es mejor que me lleven a mí porque yo no sé nada, porque si cae Miguel van a caer muchos de sus compañeros'.
Y tomada del brazo de Lorenza y antes de llegar al auto que la transportaría hacia el terror y del espanto rezaron este Salmo:

El Señor es mi pastor
Nada me falta.
Sobre los frescos pastos
me lleva a descansar,
y a las aguas tranquilas me conduce.
Él restaura mi aliento,
Por las veredas justas él me guía,
en gracia de su nombre

(…)

Enfrente del opresor,
Me aderezas tú un banquete;
Con aceite me unges la cabeza
Y mi copa reboza
.


Hoy vuelvo a leer tu carta que me enviaste el 20 de mayo de 1971 que comenzaba así:



“Hoy es un día muy hermoso para hablar de cosas hermosas y que mejor entonces que hablar de nuestra niñez.
¿Te acordás de las higueras que eran nuestras casas? Y no eran casas simples, sino que eran casas de dos pisos ya que los dormitorios estaban instalados casi en las copas de los árboles…”


-Aquilina, ya no me invade y envuelve el olor a tierra mojada por las lluvias de verano, a pasto recién cortado, a ramas y pastos quemados, el aroma de los dulces de higo que salía de la cocina, el olor de las mandarinas recién arrancadas antes de madurar. Tu trono de madreselva ya no está. El sabor y el perfume del mango no es el mismo. Te llevaron y con vos partieron los bichitos de luz y toda la magia de nuestra niñez...


Aquilina en su trono de madreselva

... y seguimos viviendo y te sigo buscando…"

Carmen

SECUESTRO Y DESAPARICIÓN DE JORGELINA AQUILINA ÁVALOS



Aquilina, su mamá, sus hermanas Aparicia y Carmen, su cuñado Carlos y sus sobrinos abrazándola. Detrás la casa donde fue secuestrada

EL 9 de junio de 1977 a las 3 de la madrugada irrumpieron en su hogar, ubicada en la calle 136 Nº 954, Los Hornos, La Plata, hombres fuertemente armados, vestidos de civil, quienes se identificaron como miembros de la policía de la provincia y preguntaron por su esposo. Jorgelina se encontraba, en ese momento, con su hijita Florencia de apenas nueve meses.
Su esposo, Miguel Gómez, se encontraba trabajando en la Dirección de Vialidad, calle 3 y 523, La Plata.
Al no estar la persona que buscaban decidieron dejar a un grupo de 8 personas armadas y con elementos de comunicación a fin de esperar el regreso de Miguel Gómez, esta situación se prolongó hasta las 23 hs. Estos policías manifestaron que de acuerdo a instrucciones recibidas llevarían detenida a Jorgelina, a una joven con su bebé y un muchacho, que habían ido a visitar a Miguel a las tres de la tarde. 30 años después nos enteramos que la joven madre era Beatriz Ronco, el muchacho Ricardo Aiub y el bebé Juan Aiub.
A los dos días regresaron los represores y saquearon la casa de Jorgelina y de mis padres.
Cuando una de mis hermanas fue a una dependencia del Ejército para averiguar sobre el paradero de Jorgelina, se encontró con un militar que estaba en el operativo y le preguntó por Jorgelina y éste le contestó: “no sabemos nada porque ya la entregamos”.
Miguel, que permaneció en la clandestinidad, finalmente apareció con la llegada de la democracia.
A fin de averiguar el paradero de Aquilina se recurrió al Ministerio del Interior (expte. 202.012/77); se presentó recurso de “Habeas Corpus” en los tres Juzgados Federales de La Plata y también en la Capital Federal; Causa Nº 123.433 (Juzgado de Crímen Nº 6, La Plata); Causa Nº 85.062 (Juzgado Federal Nº 1, La Plata; trámites ante la Junta de Comandantes y los tres Cuerpos del Ejército, Asamblea Permanente de los Derechos Humanos; Asamblea Permanente del Episcopado Argentino; se ha remitido cartas: al Señor Presidente de la República, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Jefe de Policía, Obispos, etc. En cuanto a los trámites internacionales se ha recurrido a la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos: Organización de Estados Americanos; United Nations Office: New York University School of Law: Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica en Buenos Aires. Testimonios en Juicio por la Verdad en La Plata.

Escrito por Leoncia Carmen Ávalos, hermana de Jorgelina Aquilina Ávalos.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Beatriz Ofelia Mancebo ¡¡¡Cómo siempre y para siempre...!!!

Los años 50 se desarrollan en un mundo que acaba de transitar un nuevo trauma bélico que no sólo arroja el acostumbrado saldo de vidas segadas, almas y cuerpos mutilados, ciudades y campos destruidos sino, además, el surgimiento y consolidación de ideologías intolerantes, orientadas abiertamente a la devaluación total de lo diferente, de lo que no se compadece con una pretendida primacía étnica y cultural.

El espanto ante el renovado reconocimiento del lado oscuro de la condición humana, fuerza previamente a los foros políticos internacionales a consagrar los derechos humanos como aspiración irrenunciable para cada uno y todos los habitantes del planeta: universales e indivisibles, articulando lo político, lo social y lo económico, los derechos son condición de humanidad… Y los estados asumen el compromiso de su garantía. Compromiso que se revelará inviable en múltiples ocasiones…

El mundo se divide en dos campos que ofrecen recetas antagónicas e irreductibles por medios pacíficos. Tanto que se vive en la tensión propia de tragedia permanente: finales apocalípticos se ciernen como amenaza constante. Sin embargo, semejante marco admite el desarrollo incontrolable de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, paradojalmente orientadas tanto para la destrucción como para el desarrollo, entendido entonces como sinónimo de bienestar.

América admite la presencia de distintos escenarios: al norte se consolida una hegemonía avasallante de todo interés que la enfrente. En el centro se incuban revoluciones de poetas y trovadores, asociados a universitarios, trabajadores y campesinos forzadamente militarizados. En el sur expiran los tiempos de los populismos y el debate afronta el dilema que plantean aspiraciones dicotómicas: liberación o dependencia.

En ese contexto contradictorio de promesas y amenazas, de romanticismo exuberante y de utilitarismo exigente, aquí en el sur, nace Beatriz. En un país incomprensible para muchos. En la gran ciudad que crece a orillas del Río de la Plata. Tercera en un racimo de cuatro hermanos, concebida y recibida como premio gozoso a la obtención del título universitario de su padre, logro largamente postergado por necesidades materiales, Beatriz se integra a una familia que, como miles, festeja su participación en un proceso que entonces se sugiere definitivo, de movilidad social ascendente.

Heredera de una tradición de esfuerzos que alternan estudio y trabajo, de una concepción de justicia sólo aplicable en un mundo de iguales, crece Beatriz sin sospechar que forma parte de una generación que pasará de la gloria a la completa oscuridad, condenada a la juventud permanente porque le será vedado el pasaje a la madurez, a la vejez.

Recordarla no es un esfuerzo: Beatriz está… presencia-ausencia fuerte, constante. Beatriz es la hermana, la hija, la amiga, la esposa, la compañera. Para cada uno, para todos…. Beatriz fuerte y obstinada, con una voluntad de lucha expresada tanto en el estudio, el trabajo como en la militancia. Beatriz solidaria: contá conmigo... así la recuerdan quienes compartieron sus espacios. Beatriz tierna, abrazando a sus sobrinos. Beatriz soñando con un hijo que nunca llegó: así lo dijo a la última persona que la vio, horas antes del silencio, la angustia, el dolor…

Vida y muerte, amanecer y ocaso… todo parece confundirse para esta generación. Esperanza tozuda cifrada en un mundo mejor… y conciencia de ya no estar para celebrarlo. Es ése el espíritu de la época que hoy, tantos, intentan entender. Yo no lo voy a ver, pero… adelante… ésa era el latiguillo que Beatriz imponía. Mucho se escribe, mucho se dice desde el hoy, vacío de utopías. Imposible comprender el sacrificio de una cohorte de jóvenes que nos miran… ¡¡¡tan chicos, tan adolescentes!!! desde las fotos adheridas a la gran bandera que se despliega los 24 de marzo, desde las que exhiben los hijos que los buscan… increíblemente más viejos que sus padres. Sólo advirtiendo que por cada compañero que caía se fortalecía el compromiso, aumentando el riesgo real, la amenaza permanente de un régimen implacable, dispuesto a recuperar la hegemonía, puede medirse la entrega.
¿Cómo entender, si no la ausencia-presencia de una Beatriz inusualmente bella; universitaria brillante; de una posición socioeconómica que hoy se calificaría de clase media alta? ¿Cómo se entendería su terquedad en las elecciones de rumbos? Su tesis de licenciatura en psicología apuntó a un sector decididamente marginado para la época: los que integran la categoría de homosexualidad. Innumerables entrevistas fueron el insumo: una a un personaje hoy devenido destacado representante de la vida cultural. ¿Cómo entender su persistencia en educar en los derechos a quienes la rodeaban en su vida cotidiana? En recordarles que las conquistas de muchas otras generaciones de luchadores debían ser concretadas, materializadas para ser vigentes. Sólo entendiendo a seres que asumen fidelidades intergeneracionales, que van más allá de su presente, que viven comprendiendo que son parte de una larga historia de avances y retrocesos, que respondiendo al pasado, articulan el futuro… sólo así puede entenderse a esta generación.

Por eso, entonces, para Beatriz y para todos a los que seguimos buscando en el nuevo siglo:
¡¡¡Como siempre y para siempre…!!!

domingo, 20 de julio de 2008

Tres Hermanos



Juan Carlos Daroqui nació en Bolívar (Pcia de Bs. As.) el 5 de noviembre de 1946. Fue el mayor de seis hermanos, él junto con Jorge Arturo y Daniel Alberto están desaparecidos desde el año 1977. Como bancario su padre Carlos residió, junto a su familia, en varias ciudades de la provincia de Buenos Aires, hecho por el cual Juan Carlos concurrió a distintos colegios primarios y secundarios de esas ciudades. las primeras letras que leyó fueron A.C.A., un analista pedagógico podría afirmar que desde pequeño era muy curioso y observador, y así lo fue en sus escasos 30 años de vida. El bachillerato lo culminó en la ciudad de Chivilcoy, donde hizo grandes amigos, con quienes se trasladó a la ciudad de La Plata para dar inicio, en el año 1965, a sus estudios universitarios. Quizá porque su abuelo paterno, Carlos Daroqui, fuera un fuerte referente, eligió la carrera de medicina. Fue en Bolívar, donde su abuelo ejerció la medicina hasta su muerte, y de quien Juan Carlos y sus hermanos, desde muy pequeños, se nutrieron de fértiles ideas políticas y filosóficas, eran frecuentes, por no decir que eran rutinarias, las conversaciones que se prolongaban en la sobremesa. Los temas siempre rondaban sobre los desposeídos y las injusticias sociales y el diálogo profundizaba en los distintos modos o maneras que impulsaran un cambio en el escenario político argentino. Asimismo, la austeridad y la honestidad de esa larga vida fueron un ejemplo y modelo y que crearon en Juan Carlos y en sus hermanos esas primeras inquietudes políticas y su firme y posterior compromiso en la lucha a favor de los desposeídos. Con el golpe de 1966 del general Onganía se da inicio a la llamada “revolución argentina”, otro período de dictaduras hasta 1973. Es al comienzo de esa etapa de efervescencia cuando Juan Carlos comienza activamente su militancia política y se incorpora orgánicamente a la corriente del peronismo revolucionario encabezada por Gustavo Rearte. Su fuerte y firme compromiso militante desplaza su anterior objetivo profesional, convertirse en médico. Trabaja en el Colegio Nacional de la UNLP como preceptor y desarrolla además actividad gremial. En el año 1974 es el responsable de la regional La Plata del Movimiento Revolucionario 17 de Octubre y más tarde se traslada a la Capital Federal, encargado de dirigir la regional porteña de la organización. Cacho Daroqui fue uno de los más notables cuadros surgidos del MR17. Audaz en la acción, talentoso en el ejercicio político, de gran sensibilidad popular, con mucha calle y mucho barro encima, tenía eso que llaman carisma y se hubiera destacado en cualquier actividad de la vida como se destacó entregado a la militancia revolucionaria. “Joaquín” también anduvo dando batalla por Córdoba, ya como integrante de la dirección nacional de la organización (en julio de 1975 el MR17 se fusionó con el Frente Revolucionario Peronista bajo la sigla FR17). A Juan Carlos la pasión lo consumía; en el amor era, de la pareja, el más sufrido; no destacaba por sus habilidades manuales -según cuenta Raúl, su ahora único hermano varón, la colocación de un simple clavo era un operativo que debía ser minuciosamente planificado. Con el tiempo fue domando sus manos y hasta llegó a ejercer como pintor de brocha gorda con resultados aceptables. Cuando recordaba era hincha de Ríver. Jugando al fútbol, pese a su cortedad de vista y gracias a sus buenos reflejos, los amigos cuentan que “El Loco” ofrecía seguridad como arquero. Ya instaurada la última dictadura, su compañera fue detenida y alojada en la cárcel de Villa Devoto. Se consolaba tocando la guitarra y cantando tristes rancheras mejicanas. No podía visitarla por obvias razones de seguridad, pero hacía lo imposible para comunicarse con ella. Entre otras ocurrencias, probó a enviarle este telegrama con remitente falso: Cumita: Felicidades cumpleañera romántica/ mi regalo no lo había mirado/ y nuestros pasos sonaban juntos/ no la había escuchado y su voz iba llenando mi mundo/ y hubo un día de sol y mi alegría en mí no cupo/ sentí la angustia de cargar la nueva soledad del crepúsculo/ y mi dolor bajo la noche negra entró en su corazón/ y vamos juntos (10/11/1976). Ella pasó años presa y lo recuerda así: ¿Cómo era Juan Carlos? ¿Cómo atreverme a hablar de cómo era 30 años después? Conocí a Juan Carlos cuando él tenía 27 años, compartimos dos años de nuestra vida. Dos años vividos intensamente, plenamente, como todo lo que hacíamos hace treinta años, nosotros y tantos compañeros. Era tiernamente exigente. La exigencia para con los demás y para consigo mismo, le llevaba a permanentes autocríticas. Era profundo en su análisis político e ideológico. Su comportamiento tenía que estar acorde con su pensamiento. Todo lo envolvía con afecto, con comprensión y con un humor indescriptible. Quería llevar en la práctica la idea del Hombre Nuevo. Era vital y pasional en lo que hacía. La admiración y amor por su abuelo le llevó a continuar profundizando en los estudios de medicina, pero por su cuenta. Hoy pienso que se adelantó a su época. Estaba convencido de que la medicina era social y sus contenidos socializables. Que todos podían estudiar, ser posibles sanadores, y cuestionaba el poder de la información que tenían los médicos. Amaba a sus hermanos y hermanas. Hablaba con gran admiración de Raúl y de su cuñado Luís. Aunque quizás con su implicación y compromiso de entrega en la militancia no pudo desarrollarlo, estaba pendiente del proceso de crecimiento de sus hermanos menores, Daniel y Matilde. En sus relaciones con los compañeros, trasladaba algunas relaciones familiares, tenía una “madrecita” a quien cuidaba y quería. En aquellos momentos la familia eran los compañeros, con quienes se compartía todo. La madrugada del 12 de setiembre de 1977, un amplio dispositivo militar (los vecinos hablan de 100 efectivos) de desplazó a Tabaré 2774, en el barrio porteño de Villa Soldati. Los represores ametrallaron la vivienda, un departamento, mataron a Osvaldo Rubén Spossaro y secuestraron a Juan Carlos, quien intentó suicidarse hiriéndose en la yugular, (testimonio de Lucía Spossaro, a quien secuestraron estando embarazada y dejaron en libertad a los tres días). Delia Barrera, sobreviviente del CCD Club Atlético, en su testimonio relata que lo vio en ese campo, un día cuando el represor Poca Vida los sacó a todos de sus “celdas” e hizo cantar a Juan Carlos y a Noel Hugo Clavería, “El Meta”, tocar la guitarra, mientras torturaban a otro compañero. Lo que no pudieron lograr los represores fue sacarle a Juan Carlos información alguna que les facilitara proseguir su infame cacería de valientes. Los hilos de esta Historia de Vida de Juan Carlos fueron entrelazados por las manos de Raúl, Matilde y María Julia, sus hermanos, por Eduardo Gurrucharri, su compañero de militancia en el MR17 y por su compañera Cumita.

Tres Hermanos



Jorge Arturo Daroqui nació en Bolívar (Pcia. de Buenos Aires) el 21 de febrero de 1952, y fue secuestrado junto a su hermano Daniel Alberto en la Jefatura de la Policía Federal en Capital, el 15 de julio de 1977, cuando iba a retirar su pasaporte, ambos continúan desaparecidos. En el mes de setiembre de ese mismo año, un operativo militar secuestra y desaparece a su hermano mayor Juan Carlos.
Fue el cuarto hijo de seis hermanos, su padre Carlos, como bancario, ejerció su actividad laboral en varias ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Particularmente, Arturo -así lo llamaban en el núcleo familiar-, pasó largas temporadas con su tíos maternos quienes residían en Bahía Blanca y en Tornquist, estas estancias lejos de su familia , muchas veces, servían como blanco de bromas por parte de sus hermanos, ya que, en los habituales y crueles juegos infantiles, deslizaban la posibilidad de que fuera hijo adoptivo. No obstante, Arturo desde muy pequeño mostró una sólida y fuerte personalidad, su siempre oportuno humor revertía esas inocentes “maldades” de un modo alegre y divertido.
Una vez, al regreso de esos meses en la casa o en el campo de sus tíos, Arturo había crecido tan prodigiosamente que los pantalones cortos ponían en evidencia el abrupto cambio operado, había pasado de la infancia a la adolescencia en un solo verano. Esa figura alta, delgada y desgarbada se convirtió en su principal característica física, junto a la belleza varonil y perfecta que portaba. María Julia, su hermana mayor, recuerda todavía con asombro y con un placentero orgullo que sus compañeras de facultad se disputaban estudiar con ella sólo para poder estar cerca de su “hermanito menor”. Quizá, también su atractivo físico así como su explosiva y radiante personalidad contribuyó a que conformara pareja siendo muy joven, más aún se casó dos veces. Con su última compañera tuvo la dicha de ser padre, resultaba fascinante verlo dedicado a brindar todo su amor por su hija Camila, a quien pudo disfrutar tan sólo catorce meses.
En 1968 Dora y Carlos, sus padres, se trasladaron a la ciudad de La Plata, allí, Arturo terminó la secundaria y comenzó estudios universitarios. Para ayudarse económicamente y quizá para comenzar desde muy joven su independencia trabaja como personal no docente en la UNLP. En poco tiempo, como era de esperar por su solidaria personalidad, es elegido delegado gremial . Así da inicio su compromiso político, asiste a la recepción de Perón en Eseiza, participa de pintadas por la ciudad, y es un convincente orador. Milita en MR17. En el año 1975 dos brutales episodios preanunciarían -sin que fuera posible leer el horror de esos signos-, la colosal herida que nos acompaña a la familia hasta el presente. Una bomba en el garaje de la casa de Carlos y Dora y los secuestros de Arturo, Rut, su esposa/compañera (embarazada) y Daniel, su hermano menor. Transcurren casi tres semanas llenas de diligencias en comisarías, abogados y jueces hasta que Arturo, Daniel y Rut quedan en libertad. Resulta angustioso y doloroso describir sus estados físicos, pero es quizá más desolador y desgarrante recordar sus miradas y su silencio. Habían sido salvajemente torturados y ninguna palabra salía de sus bocas. Sólo esas miradas llenas de horror, junto a una profunda e irreversible tristeza.
Ambos hechos, sumados al Golpe de Estado en marzo de 1976, deciden la mudanza a Buenos Aires de toda la familia. Así como también, se aceleran los planes de viajar a España de Arturo y Rut, quienes en el mes de mayo, se convierten en jóvenes y felices padres. Llega Camila y con ella la hermosa cara de Arturo se ilumina nuevamente. Daniel, entusiasmado, planifica su partida junto a ellos. Para emprender vuelo y nueva vida, resta poner en orden los papeles. El pasaporte de Arturo tiene una “leve traba”: “su fotografía salió mal” -dicen en el Departamento de la Policía Federal en Buenos Aires-. Para continuar con el trámite, cauteloso, Carlos, su padre, acude a la ayuda de un primo hermano, quien para entonces era comisario jubilado de la Policía Federal. El 15 de julio, acompañado de su tío Vicente y de Daniel, Arturo se presenta en el Departamento Central de la Policía Federal, sección pasaportes, con el objetivo de dar solución a dicha “traba” y poder viajar a España para reunirse con Rut y Camila. Una distracción a Vicente, y la solicitud de que Arturo se sacara nuevamente la fotografía fuera del edificio completaron la trampa perfecta. Es la última imagen que nos queda de ambos, -testimonia Vicente, primero a la familia, luego en 1984 en la CONADEP- Arturo y Daniel salen confiados. Fueron secuestrados y siguen todavía DESAPARECIDOS. Sobrenombres: en el ámbito familiar “Gallego”, en la militancia “Maco”.
Su compañera y madre de su hija Camila escribe:
Febrero 1975.
Congreso del MR17 en una casa en las afueras de La Plata. Quizás entre 6 ú 8 compañe@s formábamos el grupo de apoyo, escenografía, seguridad, tranquilidad. No nos conocíamos, cada uno venía de distintas zonas. Hacía calor, teníamos una pileta dónde bañarnos y jugar y un asado por hacer. Dentro de la casa, nuestros compañer@s discutían, establecían líneas de acción. Nos faltaba Gustavo (Rearte). Hacía poco y mucho tiempo que había muerto. Maco (Arturo) era el más alto, el más risueño, el más guapo y sus ojos hablaban y sus manos se reían y su boca prometía mundos mejores. Jugando en la pileta, nuestros ojos se cruzaron y yo imaginé un mundo junto a él. En el transcurso de la semana siguiente, ya de regreso en mi casa y mi lugar de militancia, me enteré que (con las mismas palabras), mis ojos también le habían prometido cosas. Tres semanas después venía a buscarme desde La Plata a Palomar en su moto, que por cierto se rompió y hube de esperarlo más de 2 horas en la estación de tren. Yendo y viniendo, en poco tiempo decidimos compartir nuestros días, y lo hicimos en la casa en la que nos habíamos conocido, compartiendo el alquiler con otro compañero y con las visitas cada vez más frecuentes de su hermano pequeño, Daniel. Esto era julio. En octubre, una semana después de confirmar nuestro elegido embarazo, allanan nuestra casa, nos secuestran a los 4 y tres días después nos reconocen en una comisaría de La Plata. 19 días y después de una visita al juez, sin cargos probados pero con la causa abierta, salimos. A pesar de la tortura mi embarazo sigue adelante y dos meses después del golpe, nace Camila, con los mismos ojos, la misma sonrisa y la misma alegría de Arturo. Trabajábamos, andábamos con muchos cuidados, las medidas de seguridad eran cada vez más endebles, cambiábamos de domicilio. A Camila, bebé, se le encendía la carita de alegría cada vez que nos veía. Yo había superado la tortura, viéndola, teniéndola, pero también empezaba a sentir miedo. Empezamos a hablar de la posibilidad de irnos un tiempo a España, allí teníamos amigos que nos esperaban. Hacíamos planes con Daniel, él quería venir con nosotros. Lo teníamos claro, tramitamos los pasaportes, vendíamos nuestras pocas cosas. Sólo faltaba el pasaporte de Arturo. Una "visita" policial en casa de mis padres precipitó mi partida con Camila. Cambiamos el orden de las valijas. "Si hay algún problema, te vas a Brasil, y después vemos", fue lo que le dije en Aeroparque, después de nuestro último beso, cuando nos acompañó al irnos a España, vía Uruguay. Fue mi mamá, por teléfono, la que me tuvo que decir lo que les había pasado en el Departamento de Policía a Arturo y Daniel el 15 de julio de 1977.
Camila no hablaba, pero durmiendo llamaba a su papá.
Sólo él supo cuánto lo quise.
Sólo él no supo que su hija tiene sus ojos y su sonrisa.
Sólo él no supo cuánto tiempo su risa me acompañó.
Aún la tengo

Tres Hermanos



Daniel Alberto nació en Bolívar (Pcia de Buenos Aires) el 11 de febrero de 1954. Fue el quinto de los seis hijos que tuvieron Dora y Carlos Daroqui. Fue secuestrado el día 15 de julio de 1977 en el Departamento Central de la Policía Federal en Buenos Aires, cuando acompañaba a su hermano Jorge Arturo, quien iba a subsanar, según reclamaron los agentes de la sección pasaportes, un defecto en su fotografía. Daniel ya contaba con su pasaporte, pues junto con su hermano Jorge Arturo y la compañera e hija de éste pensaban radicarse en España. Junto con su hermano mayor, Juan Carlos, Daniel fue el hijo que permaneció en la casa paterna en su infancia, adolescencia y primeros años de su juventud. Contaba con sólo 23 años cuando fue secuestrado/desaparecido. Los otros cuatro hermanos pasaron largas temporadas en casa de sus abuelos y de su tía materna, por lo tanto, Daniel siempre fue el benjamín de la familia. Los distintos traslados de sus padres por ciudades de la Provincia de Buenos Aires llevó a Daniel a cambiar de escuelas y colegios tanto en la primaria como en la secundaria. Terminó su bachillerato en la ciudad de La Plata e inició sus estudios universitarios en una carrera que lo apasionaba: arquitectura. En el año 1975, dos cruentos episodios marcan el destino de Daniel: una bomba estalla en el domicilio de sus padres, así como cuando él, junto a su hermano Jorge Arturo y su cuñada Rut, son secuestrados y retenidos por veinte días. Las brutales y salvajes torturas que debió padecer en su cuerpo y mente trasformaron a Daniel en un joven aún más reservado de lo habitual, junto a una profunda tristeza que nublaba su mirada. Por consenso familiar, todos se trasladaron a vivir a Buenos Aires, Daniel debió abandonar su carrera y se puso a trabajar con su moto como mensajero para el diario Clarín, hasta que comenzó a planificar el deseado viaje a España. Ese otro lugar lleno de promesas. Sobre sus travesuras y hobbies… Hay cientos de imágenes de Daniel, “el Hippie”, como cariñosamente lo llamamos cuando empezó su adolescencia, pero hay algunas que suelen ser recurrentes y en este relato de su historia de vida varias de ellas nos avivan el recuerdo: La primera, porque se remonta al año 1958, en Monte Hermoso, el lugar de vacaciones que eligieron nuestros padres para pasar ese verano. En ese entonces éramos cinco hermanos, y Daniel era el benjamín de la familia, contaba con sólo 4 añitos -Matilde, la hermana menor, nacerá en diciembre de ese año. Por ser el más pequeño, los mayores procurábamos no sacar el ojo de sus continuos movimientos en la playa. Eso sí nunca se acercaba al agua porque le temía. En un descuido dejamos de ver a Daniel, empezamos a buscarlo, recorrimos esa inmensa y poco y nada habitada playa, gritamos su nombre con todas nuestras fuerzas, pero era inútil, Daniel no aparecía, así pasaron horas y horas. Debe haber sido tanta la desesperación que la memoria registra la angustia de su ausencia por espacio de toda una noche -Raúl afirma que sólo la desolación duró unas cuantas, pero angustiosas horas. Lo que sí registra la memoria con nitidez es el momento cuando vimos a Daniel de la mano de un señor quien nos dijo que lo había encontrado dormido entre los médanos. La segunda, corría el año 1960. Como nuestro padre era bancario lo destinaron como gerente en Salliqueló, un pueblo de la Pcia. de Buenos Aires, ya instalados, un día sentimos un grito, era Daniel, quien desde las altura nos saludaba. Estaba subido al molino de agua, su altura era tan inmensa como la desesperación por hacerlo bajar. Juan Carlos, el mayor, y auxiliado por Raúl, lo rescataron de esa peligrosa aventura. La tercera fue en el año 1963, era el tiempo de los carnavales y a nuestro padre lo habían destinado a la ciudad de Chivilcoy. La casa del gerente de Banco tenía dos plantas, pero de techos altos, así que podemos pensar que la azotea estaría como en el cuarto piso de un edificio actual. Daniel secundaba a sus hermanos mayores en el juego de agua, y lo hacían desde la azotea. Sólo que Daniel mucho más atrevido desafiaba la ley de gravedad, la sorpresa fue cuando lo vimos saltar, sonriente, de una azotea a otra. La última y muy dolorosa imagen es el reflejo de los hermosos ojos de Daniel cruzados por el terror y la honda tristeza, ocasionados por la brutalidad de los criminales y torturadores que descargaron la mayor de las crueldades contra él, el día cuando lo secuestraron junto a su hermano Jorge Arturo y su cuñada Rut. Era el año 1975. Entre los recuerdos, las fotografías nos ubican en un aquí y un ahora, ese tiempo que fija la imagen. “No son las fotos donde está Daniel a las que quiero referirme, -recuerda con dolor María Julia- en realidad son las fotografías que él tomaba. Porque Daniel tuvo un hobby: la fotografía. Al mirarlas lo que recupero es su modo de ver, el poder saber qué privilegiaban sus ojos, qué cosas le maravillaban y es, precisamente, en esas imágenes cuando Daniel vuelve a mí con sus deseos, sus sueños y su fructífera imaginación”. “La pasión por la arquitectura era su móvil, -rememora Matilde- se pasaban noches y noches junto a su compañera Taco, en una gran mesa especialmente diseñada para armar planos, hacían proyectos que eran grupos habitacionales. Su paciencia era infinita, se acompañaban escuchando radio -al negro Marthineiz- así desvelados, pero felices lograban culminar sus maquetas”. En La Plata el recuerdo de Matilde la lleva a las noches cuando veían por TV la serie “Los vengadores” y comían sin parar esas mandarinas que su madre ese mismo día había comprado en la feria. “Era introvertido y muy reservado, pero recuerdo que hubo una chica…” dice Matilde.