miércoles, 1 de abril de 2009

Rubén un compañero, relata la vez que conoció a Virginia y Carlos





Virginia Monzani de Andisco y Carlos Alberto Andisco detenidos-desaparecidos el 11 de febrero de 1977. Vistos en el Centro Clandestino de Detención y exterminio- Comisaría de Castelar.



Conocí a Virginia y Carlos en el momento y en el lugar equivocado. En el Centro Clandestino de Detención y Exterminio que funcionó en la comisaría de Castelar bajo las órdenes de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura.

Lamento no haberlos conocido antes. Llevaba un tiempo ahí, después de haber pasado por otros centros clandestinos de la zona oeste cuando los trajeron una tarde. Lamento no haberlos conocido antes ni en otro lugar porque ahí tuvo la oportunidad de conocer a dos personas, a dos compañeros excepcionales. Maravillosos. Entregados a los otros.

Carlos estaba lleno de vida y contagiaba su energía.

Virginia era dulce y tierna y siempre tenía una palabra de aliento para el que se sentía abatido.

No se rendían. No claudicaban. Siguieron siendo ellos mismos, íntegros y enteros convencidos de su lucha.

Virginia era de las primeras en despertarse y desearnos los buenos días cargados de esperanza. En preocuparse por el estado de ánimo de cada uno.

Cuando la guardia estaba tranquilo o los miembros de la "patota" no estaban trabajando en la Comisaría podíamos comunicarnos por debajo de las puertas blindadas de las celdas. Conversar, charlar, cantar tratando de llenar el vacío de las horas muertas.

Virginia solía preguntarme, con su dulce y suave voz, cuando no estaba muy comunicativo ni participaba en las charlas:

¿Por qué estás tan "cayado" Rubén? ¿Estás triste? ¿Querés que te cante algo?

Y yo, siempre, le pedía que cantara "Palabras para Julia".

A pesar de los pesares.

No sé si afinaba o no, pero su canto me sonaba lo más parecido, si es que existen, y creo que no, al canto de los ángeles.

Ella cantaba como ninguna en medio del profundo silencio que nos embargaba. Pensando en tí. Ella pensaba en mí. Alguien pensaba en mí. En cada uno de los prisioneros acurrucados en la soledad de nuestras celdas oscuras, lúgubres y húmedas. Pensando en tí. En Pablo. Como seguramente ella pensaría en él, en su hijo, casi recién nacido, cuando cantaba esas palabras. En los hijos de los hijos. En el futuro. Como yo ahora pienso.

¿Alguien, afuera, en esa otra vida, pensaría en nosotros?

Seguro que sí.

Su dulce voz llenaba el vacío de ese tiempo detenido.

Ese tiempo cargado de espanto. En medio del horror, el hambre y la sed, de la muerte segura.

Cuando terminaba de cantar, en medio del silencio y la emoción contenida me preguntaba si me había gustado. Sólo le podía decir: ¡Gracias!

Así es que, a pesar de los pesares, también celebrábamos la vida y la esperanza. Porque a pesar de su intento de destruirnos física y psíquicamente no lograron convertirnos en bestias y seguíamos manifestando nuestra escencia humana.

También recuerdo, en medio de tanto horror y espanto, momentos de increíble felicidad como cuando Virginia nos comentó entre llantos, que había podido hablar con su madre y que ella le había asegurado que su hijo Pablo estaba con ella.

Para los detenidos que tenían hijos eso era un dolor, una tortura añadida. Para Carlos y Virgina como para Osvaldo, Puchi, Sopa. Como para Cori, que ya tenía una niña y estaba embarazada. Como para Liliana y Tatacho que esperaban su primer bebé.

La patota solía entrar golpeando las puertas a los gritos diciendo que nos teníamos que olvidar que teníamos familia e hijos. Que todos los chicos serian entregados a familiar normales y cristianas.

Por eso todos lloramos de emoción y felicidad cuando Virginia nos contó que Pablo estaba con sus abuelos. A salvo. Chiquito. Bebito. Tiernito. Con su familia. Vivo.

¿Qué tiempo tendría en esos momentos el pequeño Pablo? Un mes. Un mes y medio. Dos, tal vez. Tal vez dos, dos meses.

Carlos estaba en ese momento en la misma celda. Y durante el relato de Virginia me agarraba muy fuerte del brazo y entre lágimas atinaba a decirme: ¡Está vivo! ¡Pablo está vivo! ¡Está con los abuelos!

Recuerdo, imagino a Virginia con los ojos vendados y las manos atadas sentada en el altillo de la comisaría que los miembros de la patota utilizaban como sala de interrogatorio. Recuerdo el aliento entrecortado de Carlos mientras oíamos su relato. Virginia sintió el frío metálico de una pistola sobre su cien izquierda y algo que no pudo identificar en un primer momento en su oreja derecha. Era el auricular de un teléfono y a través de él oyó la voz familiar de su madre. Estaba hablando por teléfono con su madre. Ella atinó a decir quién era y, siguiendo las indicaciones que le daban, que estaba bien, en el extranjero, y, saltando las indicaciones que le daban logró preguntar por su hijo, por Pablo y alcanzó a oír que su madre le decía que estaba bien, que estaba con ella y antes que le cortaran la comunicación pudo decirle a su madre que lo cuide mucho. A él. A su hijo. A Pablo.

Carlos, como los otros padres, no dejaba de preguntarse por la suerte corrida por su hijo.

Y como no sabían si volverían a verlos nos hicieron prometer a todos que si alguien salía con vida de ahí, algun día, cuando fuese, aunque pasasen años, haríamos todo lo posible y lo imposible para buscarlos y decirles que sus padres lo recordaban siempre y que sus últimos pensamientos estuvieron dedicados a ellos. A sus hijos.

En muy pocas ocasiones pude verla. Nos encontramos alguna tarde que nos dieron unos minutos de recreo en el patio cubierto que daba a la gran celda con rejas y nos dejaron levantarnos las vendas que cubrían nuestros ojos.

La volví a ver otra tarde, al final del pasillo junto a nuetras celdas. Yo estaba con Carlos, con Puchi y Sopa al final del corredor junto a la última celda y la ví, como a lo lejos, recostada sobre el alfeizar de la ventana que daba al patio continguo charlando animadamente con Cori.

Nos dijeron que nos quedásemes quietos, que no nos moviéramos de donde estábamos y que hablásemos en voz baja y que podíamos levantarnos las vendas y que no hiciéramos "cagadas". ¿Qué podríamos hacer, en el estado en que nos encontrábamos? ¿Qué "cagada" podíamos hacer en esas circunstancias? Débiles, mareados, golpeados y sin fuerza para nada.

Y la vi. Las ví. Cori, chiquita como era, con su panza inmensa porque ya estaría de seis o siete meses de embarazo, hablaba con Virginia. No sé por dónde entraban unos rayos de sol que iluminaban sus rostros. Las dos hablaban y sonreían. ¿De qué hablarían tan animadamente? ¿De qué sonreirían? Me parecían dos madres primerizas sentadas en el banco de un parque en una tarde soleada. Me parecía la imagen de la vida y la esperanza. Las dos, tan llenas de vida y esperanza. Sonriéndole al futuro.

Fue la última vez que las vi.

Unas semanas después entraron golpeando las rejas y gritando mi nombre. Puchi, que estaba junto a mí, me dijo que seguramente me iban a legalizar y me deseó suerte. Carlos alcanzó a susurrar, mientras me abrazaba, un hasta siempre.

Nunca más volví a verlos.

Treinta años después, a pesar de los pesares, pude encontrarme con Pablo. Con el hijo de Carlos y Virginia. Porque la vida, como la lucha, a pesar de los pesares, continúa.

Rubén

martes, 13 de enero de 2009

BEATRIZ LE FUR

¡Qué lindo hubiera sido conocer a la tía abuela! Ramiro




4º sobrino nieto de Beatriz

Beatriz Le Fur nació el 9-6-54. Vivió en del Valle Iberlucea 3381, Lanús. Después de zafar de un secuestro de la Triple A, pasó a la clandestinidad. Esa condición no le impidió visitar a sus hermanas el día en que cumplía 22 años. Una semana más tarde (16-6-76) miembros del ejército visitaron a sus padres en busca de un supuesto objeto escondido en una planta de rosa china. Cuando se retiraron -después de encontrar sólo huesos enterrados por el perro de la casa- sus padres se apresuraron en presentar el primer habeas corpus. Comprendieron que Beatriz -probablemente durante las torturas- había decidido que sus verdugos se encarguen de denunciar su secuestro. El aviso de los padres de un exiliado en Suecia (aún no ubicado, lamentablemente) y llamados anónimos, indican que fue detenida por la policía provincial y entregada al ejército, quien la mantuvo con vida en el campo clandestino de concentración, tortura y exterminio Proto-Banco o Brigada Güemes (ubicado en Puente 12) hasta fines de 1976. Cabe esperar que en el próximo juicio al Cuerpo I del Ejército se presenten testigos para ratificar o rectificar estas versiones. Quizás este medio coadyuve a la presentación de testigos ¡Bienvenidos sean!

“… El 25 de diciembre de 1975, a la mañana temprano, vino una chica a decirme si yo quería y me animaba a ir la casa de los familiares para avisarles que había caído su hijo y darles el habeas corpus para que lo presenten […] Se llamaba Beatriz Le Fur y era una hermosa joven, delgada, de tez blanca, cabellos lacios y ojos pardos…” [Plis-Sterenberg Gustavo: Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Bs. As., Planeta 2003 (página 358)]



Homenaje a la División perdida Normal de Lomas 24-3-06


No era fácil la empresa para la que Beatriz pedía ayuda. Podría haber apelado a la lucha de clase o al coraje revolucionario. Sin embargo dijo: si querés y te animás ¿Qué mejor presentación de una joven que quería cambiar el mundo empezando por respetar a quienes lo habitaban? Beatriz fue detenida por primera vez a los 19 años. Se había casado días antes y su marido permaneció en las mazmorras del régimen durante diez años. En ese momento, la familia de su marido ofreció pagar abogados de renombre y su padre decidió que la defiendan los elegidos por ella: Silvio Frondizi y Manuela Santucho. Tras permanecer una semana en el SIDE (Superintendencia de Seguridad) después de un operativo con gran despliegue del ejército, admitió cierto resquemor para circular en el barrio y le pidió a su hermana Alicia alojarse por unos días en su casa. Aceptado lo cual, se borró de la escena para reaparecer minutos más tarde lamiendo un helado. Un helado cura los miedos y las vergüenzas, sostuvo y se quedó en el barrio para frustración de la hija de Alicia de cuatro años que adoraba a su tía. Beatriz militaba con alegría a favor de los presos políticos. La segunda vez que la apresaron dejó inconclusa en Barracas la pintada: libertad a los combatientes por la liber -Quiero dejar un mundo mejor del que me recibió, respondió a su padre cuando él le advirtió sobre la fuerza del enemigo ¿Por qué reducir la política a la gravedad y al sacrificio y no al deseo? El filósofo francés Alain Badiou postula: La política empieza cuando se renuncia a representar a las víctimas para ser fiel a los acontecimientos donde se pronuncia el sujeto colectivo. Veinte años antes de formularse ese axioma, Beatriz entendía la política como fidelidad al deseo de vivir mejor. Lo cual no se confunde con capricho, fortaleza yoica o cualquier otra forma de narcisismo…


Las madres apoyamos de todo corazón la campaña de instalar baldosas en los barrios como memoria permanente de los seres queridos que ya no están. 9-06-06

Entre las muchas emociones que nos brindó el encuentro: un vecino aportó su amoladora para resolver personalmente el problema de adecuación entre la baldosa y el pozo destinado a albergarla. Para coronar las emociones, una que reconcilia con la condición humana. Cuando el acto llegaba a su fin, un pibe (tipo 10 años) vendedor de florcitas, que había presenciado al acto de modo respetuoso, se acercó tímidamente a la baldosa y sacó de su cajoncito un ramo de violetas y lo depositó sobre la baldosa. Un año después una chica se las ingenió para escribirnos: Estoy muy triste, porque paso todos por Corrientes y Medrano y hoy vi como los obreros de Metrogas levantaban la baldosa de Beatriz como si fuera una baldosa más. Ana (15-6-07) . Compartimos su tristeza, pero su cuidado de la baldosa, le brinda sentido a nuestro emprendimiento. El martes 4 de diciembre de 2007 reemplazamos la placa por otra más vistosa. Ana nos acompañó.





La hermanas de Beatriz Le Fur (y sus familias) agradecen al Municipio de Lanús y a las Comisión de Familiares de vecinos masacrados por la dictadura militar la oportunidad de sellar sus pasos en la esquina del barrio donde vivió apenas 22, pero, intensos años. Más precisamente en Castro Barros e Hipólito Irigoyen, frente a la escuela Nº 9 Martín Güemes donde Beatriz estudiara. Aunque, a juzgar por la semblamza escrita por sus compañeors de secundario, no estudió demasiado. Ella consta en una publicación del Centro de Estudiantes de esa especie de Nacional Buenos Aires de la zona Sur ¡Qué también existe! El Normal Nacional Antonio Menetruit (ENNAM) de Lomas de Zamora y dice: "con su carita almendrada y su boquita de miel/ es Beatriz Le Fur la ratera más fiel". Al viejo no le gustó demasiado la descripción de su hijita menor, pero hubiera estado orgulloso de haber llegado a asistir al homenaje de los ex-alumnos del ENNAM a 30 estudiantes Detenidos Desaparecidos en el 30 aniversario del golpe terrorista contra el Estado Argentino y sus habitantes. También nuestros padres hubieran estado orgullosos de participar en el encuentro del 9 de junio de 2006 cuando - en el 52 aniversario de su nacimiento- los vecinos de Almagro, sellamos los pasos de Beatriz frente al lugar donde militaba. Beatriz formaba parte de la Comisión de Familiares de Presos Políticos Estudiantiles y Gremiales (COFAPEG): recibía denuncias de las detenciones para avisar a los familiares y redactar los habeas corpus en un bar que, ahora remodelado, sigue llamándose Gildo. El nombre de Beatriz luce entonces, en una baldosa ubicada en Corrientes y Medrano, rodeado de vidrios de colores. También luce en el Normal de Lomas rodeado de dibujos de sus estudiantes actuales. Lo hará pronto frente a su escuela primaria junto a un ceibo. Será la comunidad educativa de ese colegio quien decida cómo ornarlo. Nuestros padres estarían orgullosos de acompañarnos y de transmitir a los pibes: una chica que -como ustedes- jugó, rió, lloró, estudió aquí, fue "desaparecida" por intentar hacer habitable el mundo.
Ocurre que, a diferencia de jugar, reír, llorar, vivir (poco o mucho), estudiar (también, poco o mucho); “desaparecer” es un verbo sin anclaje en lo real. La directora del Normal 1 (Córdoba y Ayacucho) dijo, mientras colocábamos una baldosa con el nombre de dos ex alumnas Detenidas Desaparecidas: Algo habría que haber hecho para que no desaparezcan. Parafraseando la indiferencia cómplice que hoy tratamos de revertir, podríamos agregar: Algo habrá que seguir haciendo, por los 30 mil, por la aparición con vida de Jorge López, por la condena a los asesinos del maestro Fuentealba, por la educación, por la salud, por mejorar las condiciones de trabajo de todos, contra el Cromañón de turno, contra los estragos ecológicos. Quizás algo de ello nos reúne… ¿Cómo hacerlo? No nos gustan los actos protocolares. Apostamos a encuentros capaces de socializar un duelo más doloroso, en tanto debimos privatizarlo. Y, sobre todo, apostamos a encuentros que labren una cadena intergeneracional donde cada eslabón transmita al que le sucede las experiencias -incluidos los errores- vividas en su búsqueda por hacer habitables la escuela, el barrio, el país y el mundo. Cada generación decidirá cómo invertir el legado.
Tampoco nos gustan los homenajes necrófilos, caracterizaba a Beatriz un profundo sentido del humor. No nos gusta una memoria mecánica tipo la de Funes el memorioso. Nos importa poner la memoria al servicio (con perdón de la palabra: servicio) de pensar como resolver los problemas actuales ¡Qué los hay! También nos negamos a inscribir la memoria de nuestra hermana en el lugar pasivo de la “víctima”. Junto a Hermanos de Desaparecidos por la Verdad y la Justicia y otros organismos de DDHH, entendemos que deben acelerarse los juicios porque el reloj biológico no descansa y, a este ritmo, muchos victimarios quedarán impunes. Empero y, sin renunciar al castigo a los culpables, priorizamos lo que Beatriz y 30 mil Detenidos Desaparecidos hicieron en vida, por sobre lo que sus verdugos hicieron con ellos.
Por último, si la comunidad educativa de la Escuela 9 cuida, además de la materialidad de la placa, la memoria de Beatriz. Si transmite su legado y el de 30 mil; esa herencia pasará a formar parte del patrimonio simbólico de ella y de todos…
Susana y Alicia Le Fur
Palabras leídas por la Concejala Paola Rezzano en el Consejo Deliberante de Lanús el 06-11-2008