domingo, 20 de julio de 2008

Tres Hermanos



Daniel Alberto nació en Bolívar (Pcia de Buenos Aires) el 11 de febrero de 1954. Fue el quinto de los seis hijos que tuvieron Dora y Carlos Daroqui. Fue secuestrado el día 15 de julio de 1977 en el Departamento Central de la Policía Federal en Buenos Aires, cuando acompañaba a su hermano Jorge Arturo, quien iba a subsanar, según reclamaron los agentes de la sección pasaportes, un defecto en su fotografía. Daniel ya contaba con su pasaporte, pues junto con su hermano Jorge Arturo y la compañera e hija de éste pensaban radicarse en España. Junto con su hermano mayor, Juan Carlos, Daniel fue el hijo que permaneció en la casa paterna en su infancia, adolescencia y primeros años de su juventud. Contaba con sólo 23 años cuando fue secuestrado/desaparecido. Los otros cuatro hermanos pasaron largas temporadas en casa de sus abuelos y de su tía materna, por lo tanto, Daniel siempre fue el benjamín de la familia. Los distintos traslados de sus padres por ciudades de la Provincia de Buenos Aires llevó a Daniel a cambiar de escuelas y colegios tanto en la primaria como en la secundaria. Terminó su bachillerato en la ciudad de La Plata e inició sus estudios universitarios en una carrera que lo apasionaba: arquitectura. En el año 1975, dos cruentos episodios marcan el destino de Daniel: una bomba estalla en el domicilio de sus padres, así como cuando él, junto a su hermano Jorge Arturo y su cuñada Rut, son secuestrados y retenidos por veinte días. Las brutales y salvajes torturas que debió padecer en su cuerpo y mente trasformaron a Daniel en un joven aún más reservado de lo habitual, junto a una profunda tristeza que nublaba su mirada. Por consenso familiar, todos se trasladaron a vivir a Buenos Aires, Daniel debió abandonar su carrera y se puso a trabajar con su moto como mensajero para el diario Clarín, hasta que comenzó a planificar el deseado viaje a España. Ese otro lugar lleno de promesas. Sobre sus travesuras y hobbies… Hay cientos de imágenes de Daniel, “el Hippie”, como cariñosamente lo llamamos cuando empezó su adolescencia, pero hay algunas que suelen ser recurrentes y en este relato de su historia de vida varias de ellas nos avivan el recuerdo: La primera, porque se remonta al año 1958, en Monte Hermoso, el lugar de vacaciones que eligieron nuestros padres para pasar ese verano. En ese entonces éramos cinco hermanos, y Daniel era el benjamín de la familia, contaba con sólo 4 añitos -Matilde, la hermana menor, nacerá en diciembre de ese año. Por ser el más pequeño, los mayores procurábamos no sacar el ojo de sus continuos movimientos en la playa. Eso sí nunca se acercaba al agua porque le temía. En un descuido dejamos de ver a Daniel, empezamos a buscarlo, recorrimos esa inmensa y poco y nada habitada playa, gritamos su nombre con todas nuestras fuerzas, pero era inútil, Daniel no aparecía, así pasaron horas y horas. Debe haber sido tanta la desesperación que la memoria registra la angustia de su ausencia por espacio de toda una noche -Raúl afirma que sólo la desolación duró unas cuantas, pero angustiosas horas. Lo que sí registra la memoria con nitidez es el momento cuando vimos a Daniel de la mano de un señor quien nos dijo que lo había encontrado dormido entre los médanos. La segunda, corría el año 1960. Como nuestro padre era bancario lo destinaron como gerente en Salliqueló, un pueblo de la Pcia. de Buenos Aires, ya instalados, un día sentimos un grito, era Daniel, quien desde las altura nos saludaba. Estaba subido al molino de agua, su altura era tan inmensa como la desesperación por hacerlo bajar. Juan Carlos, el mayor, y auxiliado por Raúl, lo rescataron de esa peligrosa aventura. La tercera fue en el año 1963, era el tiempo de los carnavales y a nuestro padre lo habían destinado a la ciudad de Chivilcoy. La casa del gerente de Banco tenía dos plantas, pero de techos altos, así que podemos pensar que la azotea estaría como en el cuarto piso de un edificio actual. Daniel secundaba a sus hermanos mayores en el juego de agua, y lo hacían desde la azotea. Sólo que Daniel mucho más atrevido desafiaba la ley de gravedad, la sorpresa fue cuando lo vimos saltar, sonriente, de una azotea a otra. La última y muy dolorosa imagen es el reflejo de los hermosos ojos de Daniel cruzados por el terror y la honda tristeza, ocasionados por la brutalidad de los criminales y torturadores que descargaron la mayor de las crueldades contra él, el día cuando lo secuestraron junto a su hermano Jorge Arturo y su cuñada Rut. Era el año 1975. Entre los recuerdos, las fotografías nos ubican en un aquí y un ahora, ese tiempo que fija la imagen. “No son las fotos donde está Daniel a las que quiero referirme, -recuerda con dolor María Julia- en realidad son las fotografías que él tomaba. Porque Daniel tuvo un hobby: la fotografía. Al mirarlas lo que recupero es su modo de ver, el poder saber qué privilegiaban sus ojos, qué cosas le maravillaban y es, precisamente, en esas imágenes cuando Daniel vuelve a mí con sus deseos, sus sueños y su fructífera imaginación”. “La pasión por la arquitectura era su móvil, -rememora Matilde- se pasaban noches y noches junto a su compañera Taco, en una gran mesa especialmente diseñada para armar planos, hacían proyectos que eran grupos habitacionales. Su paciencia era infinita, se acompañaban escuchando radio -al negro Marthineiz- así desvelados, pero felices lograban culminar sus maquetas”. En La Plata el recuerdo de Matilde la lleva a las noches cuando veían por TV la serie “Los vengadores” y comían sin parar esas mandarinas que su madre ese mismo día había comprado en la feria. “Era introvertido y muy reservado, pero recuerdo que hubo una chica…” dice Matilde.

1 comentario:

Unknown dijo...

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