domingo, 20 de julio de 2008

Tres Hermanos



Jorge Arturo Daroqui nació en Bolívar (Pcia. de Buenos Aires) el 21 de febrero de 1952, y fue secuestrado junto a su hermano Daniel Alberto en la Jefatura de la Policía Federal en Capital, el 15 de julio de 1977, cuando iba a retirar su pasaporte, ambos continúan desaparecidos. En el mes de setiembre de ese mismo año, un operativo militar secuestra y desaparece a su hermano mayor Juan Carlos.
Fue el cuarto hijo de seis hermanos, su padre Carlos, como bancario, ejerció su actividad laboral en varias ciudades de la Provincia de Buenos Aires. Particularmente, Arturo -así lo llamaban en el núcleo familiar-, pasó largas temporadas con su tíos maternos quienes residían en Bahía Blanca y en Tornquist, estas estancias lejos de su familia , muchas veces, servían como blanco de bromas por parte de sus hermanos, ya que, en los habituales y crueles juegos infantiles, deslizaban la posibilidad de que fuera hijo adoptivo. No obstante, Arturo desde muy pequeño mostró una sólida y fuerte personalidad, su siempre oportuno humor revertía esas inocentes “maldades” de un modo alegre y divertido.
Una vez, al regreso de esos meses en la casa o en el campo de sus tíos, Arturo había crecido tan prodigiosamente que los pantalones cortos ponían en evidencia el abrupto cambio operado, había pasado de la infancia a la adolescencia en un solo verano. Esa figura alta, delgada y desgarbada se convirtió en su principal característica física, junto a la belleza varonil y perfecta que portaba. María Julia, su hermana mayor, recuerda todavía con asombro y con un placentero orgullo que sus compañeras de facultad se disputaban estudiar con ella sólo para poder estar cerca de su “hermanito menor”. Quizá, también su atractivo físico así como su explosiva y radiante personalidad contribuyó a que conformara pareja siendo muy joven, más aún se casó dos veces. Con su última compañera tuvo la dicha de ser padre, resultaba fascinante verlo dedicado a brindar todo su amor por su hija Camila, a quien pudo disfrutar tan sólo catorce meses.
En 1968 Dora y Carlos, sus padres, se trasladaron a la ciudad de La Plata, allí, Arturo terminó la secundaria y comenzó estudios universitarios. Para ayudarse económicamente y quizá para comenzar desde muy joven su independencia trabaja como personal no docente en la UNLP. En poco tiempo, como era de esperar por su solidaria personalidad, es elegido delegado gremial . Así da inicio su compromiso político, asiste a la recepción de Perón en Eseiza, participa de pintadas por la ciudad, y es un convincente orador. Milita en MR17. En el año 1975 dos brutales episodios preanunciarían -sin que fuera posible leer el horror de esos signos-, la colosal herida que nos acompaña a la familia hasta el presente. Una bomba en el garaje de la casa de Carlos y Dora y los secuestros de Arturo, Rut, su esposa/compañera (embarazada) y Daniel, su hermano menor. Transcurren casi tres semanas llenas de diligencias en comisarías, abogados y jueces hasta que Arturo, Daniel y Rut quedan en libertad. Resulta angustioso y doloroso describir sus estados físicos, pero es quizá más desolador y desgarrante recordar sus miradas y su silencio. Habían sido salvajemente torturados y ninguna palabra salía de sus bocas. Sólo esas miradas llenas de horror, junto a una profunda e irreversible tristeza.
Ambos hechos, sumados al Golpe de Estado en marzo de 1976, deciden la mudanza a Buenos Aires de toda la familia. Así como también, se aceleran los planes de viajar a España de Arturo y Rut, quienes en el mes de mayo, se convierten en jóvenes y felices padres. Llega Camila y con ella la hermosa cara de Arturo se ilumina nuevamente. Daniel, entusiasmado, planifica su partida junto a ellos. Para emprender vuelo y nueva vida, resta poner en orden los papeles. El pasaporte de Arturo tiene una “leve traba”: “su fotografía salió mal” -dicen en el Departamento de la Policía Federal en Buenos Aires-. Para continuar con el trámite, cauteloso, Carlos, su padre, acude a la ayuda de un primo hermano, quien para entonces era comisario jubilado de la Policía Federal. El 15 de julio, acompañado de su tío Vicente y de Daniel, Arturo se presenta en el Departamento Central de la Policía Federal, sección pasaportes, con el objetivo de dar solución a dicha “traba” y poder viajar a España para reunirse con Rut y Camila. Una distracción a Vicente, y la solicitud de que Arturo se sacara nuevamente la fotografía fuera del edificio completaron la trampa perfecta. Es la última imagen que nos queda de ambos, -testimonia Vicente, primero a la familia, luego en 1984 en la CONADEP- Arturo y Daniel salen confiados. Fueron secuestrados y siguen todavía DESAPARECIDOS. Sobrenombres: en el ámbito familiar “Gallego”, en la militancia “Maco”.
Su compañera y madre de su hija Camila escribe:
Febrero 1975.
Congreso del MR17 en una casa en las afueras de La Plata. Quizás entre 6 ú 8 compañe@s formábamos el grupo de apoyo, escenografía, seguridad, tranquilidad. No nos conocíamos, cada uno venía de distintas zonas. Hacía calor, teníamos una pileta dónde bañarnos y jugar y un asado por hacer. Dentro de la casa, nuestros compañer@s discutían, establecían líneas de acción. Nos faltaba Gustavo (Rearte). Hacía poco y mucho tiempo que había muerto. Maco (Arturo) era el más alto, el más risueño, el más guapo y sus ojos hablaban y sus manos se reían y su boca prometía mundos mejores. Jugando en la pileta, nuestros ojos se cruzaron y yo imaginé un mundo junto a él. En el transcurso de la semana siguiente, ya de regreso en mi casa y mi lugar de militancia, me enteré que (con las mismas palabras), mis ojos también le habían prometido cosas. Tres semanas después venía a buscarme desde La Plata a Palomar en su moto, que por cierto se rompió y hube de esperarlo más de 2 horas en la estación de tren. Yendo y viniendo, en poco tiempo decidimos compartir nuestros días, y lo hicimos en la casa en la que nos habíamos conocido, compartiendo el alquiler con otro compañero y con las visitas cada vez más frecuentes de su hermano pequeño, Daniel. Esto era julio. En octubre, una semana después de confirmar nuestro elegido embarazo, allanan nuestra casa, nos secuestran a los 4 y tres días después nos reconocen en una comisaría de La Plata. 19 días y después de una visita al juez, sin cargos probados pero con la causa abierta, salimos. A pesar de la tortura mi embarazo sigue adelante y dos meses después del golpe, nace Camila, con los mismos ojos, la misma sonrisa y la misma alegría de Arturo. Trabajábamos, andábamos con muchos cuidados, las medidas de seguridad eran cada vez más endebles, cambiábamos de domicilio. A Camila, bebé, se le encendía la carita de alegría cada vez que nos veía. Yo había superado la tortura, viéndola, teniéndola, pero también empezaba a sentir miedo. Empezamos a hablar de la posibilidad de irnos un tiempo a España, allí teníamos amigos que nos esperaban. Hacíamos planes con Daniel, él quería venir con nosotros. Lo teníamos claro, tramitamos los pasaportes, vendíamos nuestras pocas cosas. Sólo faltaba el pasaporte de Arturo. Una "visita" policial en casa de mis padres precipitó mi partida con Camila. Cambiamos el orden de las valijas. "Si hay algún problema, te vas a Brasil, y después vemos", fue lo que le dije en Aeroparque, después de nuestro último beso, cuando nos acompañó al irnos a España, vía Uruguay. Fue mi mamá, por teléfono, la que me tuvo que decir lo que les había pasado en el Departamento de Policía a Arturo y Daniel el 15 de julio de 1977.
Camila no hablaba, pero durmiendo llamaba a su papá.
Sólo él supo cuánto lo quise.
Sólo él no supo que su hija tiene sus ojos y su sonrisa.
Sólo él no supo cuánto tiempo su risa me acompañó.
Aún la tengo

1 comentario:

Angelica dijo...

Me interesa disfrutar de leer historias de personas que tienen sucesos interesante para leer. Es por eso que me la paso en los departamentos en buenos aires leyendo mucho sobre la gente